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Mis dos tardes con Enrique Laguerre

Updated: Jan 24

Un día como hoy nació el nominado al Premio Nobel de Literatura y autor de "La Llamarada", el gran Enrique Laguerre.


Tuve el colosal honor de realizar lo que creo fue la última entrevista para televisión que concedió don Enrique antes de trascender. Antes de eso, y mientras estudiaba periodismo y literatura en la universidad, quise entrevistarlo para una crónica y me recibió amablemente en su casa, en su fiel mecedora de la que no se movió durante nuestra conversación. Hubo café, que imaginé salido de las manos de su personaje Juan Borrás, hijo de un pequeño cafetalero en "La Llamarada".


Cuando lo conocí, yo tenía 21 años, y él era mi santo grial: nada me parecía (y todavía me parece) más sublime que una vida entregada a las letras y la cultura.

A diferencia de sus contemporáneos como Francisco Matos Paoli y Abelardo Díaz Alfaro, quienes cultivaron la poesía y el cuento, don Enrique fue, ante todo, un brillante novelista. Muchos lo consideran el autor que sentó las bases de la novela canónica puertorriqueña, que, por estos siglos, busca cómo reconfigurarse ante tantos retos.



En ambas entrevistas hice pocas preguntas. Había renovado mis lecturas de él en preparación, pero hay personas a las que, si una es buena entrevistadora, solo hay que dejar hablar. Tenía pesares, don Enrique. Sí que los tenía. Le embargaba la frustración por la falta de renovación y progreso en nuestro sistema público de enseñanza, y ya han pasado más de treinta años de esto. Sus palabras fueron tan relevantes entonces como ahora.


Recientemente cayó en mis manos una antología de cuentos para la que hizo el prólogo y la selección de escritos en 1971, y que nunca había leído. Al saque, en el primer párrafo de prólogo, y sin diplomacia vacía, don Enrique escribe sobre su selección para el mismo Departamento de Educación que lo contrata:


"En el acervo literario puertorriqueño, posiblemente haya otros cuentos de mejor hechura artística (que estos), y que respondan mejor a las técnicas del género, pero era preciso ajustarse a las normas educativas que impone un grupo escolar determinado".


Qué pena decirle, querido maestro, que poco ha cambiado. Estamos en el mismo estancamiento, sin saber cómo manejar a estas nuevas generaciones que necesitan y exigen otras vías y estrategias para acercarlos a la belleza y al amor por la literatura, especialmente la nacional que nos forma en nuestras raíces. Pero también están ocurriendo otras cosas, don Enrique, cosas maravillosas y revolucionarias que no nacen de quienes nos educan formalmente, sino de movimientos colectivos que saben cómo transmitir la necesidad de construir un pueblo en contacto con su cultura, su historia (la verdadera, no la acomodaticia) y sus letras.


Eso, y no otra cosa, separa a los pueblos de gran espíritu, de los que languidecen. Gracias don Enrique, por tanto.


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