El experimento del malvavisco es un clásico de la psicología, maravilloso y divertidísimo de observar. Se trató de un ejercicio científico para estudiar la práctica de la gratificación aplazada o retrasada en los niños y niñas. El experimento es el siguiente: al menor se le ofrece un malvavisco con la opción de comérselo inmediatamente, o recibir una recompensa mayor de dos malvaviscos si espera más tarde. Ver las caras de las niñas y niños concentrándose, intentando dominar las ganas de comerse la golosina, es mejor que cualquier reality show (lo pueden ver en YouTube bajo “marshmallow experiment”).
Creo que no hace falta aclarar qué tipo de menor hubiera sido esta servidora de haber participado en el experimento. Soy una golosa irredenta de la vida, y quiero saborear cada instante sin esperar. Por su parte, mi adorable pareja es el niño meditativo, ese que esperará con paciencia para comerse el doble.
Hace dos años, sin embargo, la vida nos puso por delante este experimento pero en la arena de la realidad cruda y dura, si es que queríamos llegar a otro nivel de paz. Dos años sin viajar (el periodo más largo sin hacerlo en mi vida adulta), dos años durante los cuales nuestra activa vida social se redujo a casi cero, para solo atender a nuestra familia y allegados. Dos años de una reingeniería total de nuestras vidas a nivel personal y profesional. En lo profesional, se reorganizó una empresa, RadaBrand, y se fundó otra, Vena Creativa, se escribieron dos libros y se encaminaron dos más, se obtuvieron premios y honores que si bien no son esenciales, dan mucho ánimo para seguir… En lo personal, logramos el milagro de caer en el mismo ritmo como pareja, y sobrevivir para contarlo con dicha plena.
En un par de días, Radamés y yo nos despedimos hasta mediados de enero. Será un viaje largo, preñado de ganas, que abarcará muchos países y ciudades donde practicaremos por primera vez funcionar como nómadas digitales, que es hacia dónde nos dirigimos como familia, como núcleo.
Ahora llegó la hora de comerme el malvavisco, y aunque mi tendencia existencialista no ha cambiado, me alegro de este largo experimento autoimpuesto de atrasar y alargar la gratificación. Me alegro de tantos retos rebasados. Sobre todo, me alegro de haber llegado al otro lado con Rada a mi lado, y mis libros como eterna compañía.
Así que en 72 horas nos vamos y les llevamos con nosotros. Con cada foto y cada historia que teja en la travesía, recordaré a mi isla hogar.
Mucho éxito, paz y amor en ese viaje merecido y soñado. Que disfruten de la compañía mutua y de todas las aventuras que les esperan.