Parte 1 de 2. La autora publicó esta investigación en el Periódico Cultural El Adoquín.
“He puesto a mi libro el precio de un dólar. Ya que aquí el que compra un libro se figura que le hace una limosna al autor, no quiero que las limosnas que me den bajen de 100 centavos. En materia de limosnas he descubierto que, mientras las baratas denigran, las caras dan hasta cierto realce al que las recibe, y con esto adiós, que para prólogo de un libro condenado a ver la luz de la Burrolandia, sobra la mitad de lo dicho”. – Nemesio Canales, “Paliques”, 1915.
Imagine que usted llega a una librería en Puerto Rico, con la idea de consumir literatura local. Dependiendo del establecimiento, encontrar un título puertorriqueño puede ser un reto que requerirá visitar varias librerías hasta dar con el libro que busca. Una vez lo consigue, si tiene suerte, lo paga y lo lee. Sin saberlo, ha entrado a formar parte de una cadena de complejas interacciones dentro de una frágil industria. Esta industria sobrevive por la voluntad férrea de una comunidad de autores, editores, libreros, imprentas, distribuidores, promotores y diseñadores. Esta comunidad literaria batalla a diario contra la ausencia de una política pública para el desarrollo integral de la industria del libro, la lectura y la literatura en general. Los libros locales compiten en los estantes con miles de títulos extranjeros que consumimos, sin tener la capacidad de exportar nuestra literatura. En pleno siglo XXI, la industria del libro en Puerto Rico es una carretera de una sola vía: consumimos todo lo que nos ponen delante si es importado, pero no exportamos casi nada: Puerto Rico es invisible en la arena de las letras a nivel mundial.
Desconocemos a ciencia cierta cuántos libros se producen y se venden en Puerto Rico anualmente, qué tipo de lectura se mueve, perfiles demográficos, y lo que motiva a las nuevas generaciones, particularmente post pandemia. Desde la publicación en 1849 de El Gíbaro de Manuel A. Alonso, hasta el siglo XXI, todo el cuerpo de trabajo literario de miles de autores y autoras que recoge nuestra memoria y experiencias colectivas se consume en secreto, sin un mapa, estudio o censo que indique lo que leen, cuánto leen y por qué. Así las cosas, el perfil de los lectores puertorriqueños es un genuino misterio, aunque hay alguna información informal recogida por los libreros.
La autora con Awilda Cáez y Ricardo Rodriguez Santos.
“Un pueblo educado, es un pueblo difícil de manejar”, asegura Luis Javier González, presidente de Casa Norberto, una de las librerías más emblemáticas de Puerto Rico, y la plataforma de despegue de muchos autores en el archipiélago de la mano de su fundador, Norberto González. “Según lo que vemos en Casa Norberto, lo que están leyendo nuestros jóvenes son libros en inglés porque el bombardeo de este idioma en los medios es fuerte. A la vez, los vemos saliendo mal en sus estudios en español. Por otra parte, el público que consume literatura en español está compuesto principalmente de adultos mayores”.
Este es el resultado directo de la ausencia local del concepto de la economía creativa, una herramienta en la que innumerables países y ciudades han descubierto una mina de oro turística y de enriquecimiento nacional. Localmente, existe una “industria” del libro que subsiste de un modo artesanal, a la sombra del desinterés de los distintos gobiernos. A diferencia de las otras islas del Caribe hispanoparlante (Cuba y República Dominicana), Puerto Rico carece de una política pública o plan nacional que promueva la lectura y la industria literaria, que, después de todo, es nuestra memoria colectiva e histórica.
Para esta investigación, entrevistamos a más de una docena de personas claves en los diversos componentes de la industria, muchos de ellos con décadas de experiencia documentando la historia de lucha y sobrevivencia del libro en Puerto Rico. Casi todos y todas llegaron al mismo punto de convergencia: Se hace urgente una política pública verdadera para desarrollar esta industria, una Cámara del Libro funcional que se encargue de abrir canales de exportación, y que los gobiernos del archipiélago abran los ojos ante la realidad de que la industria del libro es una potencialmente multimillonaria, íntimamente atada al turismo cultural, que deja mucho más dinero que los visitantes de crucero que pasan apenas un día en el Viejo San Juan.
“El Instituto de Cultura nunca va a funcionar como la Secretaría de Cultura y Literatura que necesitamos. Se requiere de voluntad, como la tuvo Ricardo Alegría cuando fundó el ICP. Pero en la actualidad, el organismo no tiene presupuesto, no tiene poder de convocatoria para atraer gente (casas editoriales) de afuera. Aquí la cultura no es una prioridad. Tan es así que en los 70, la defensa de esa cultura se convirtió en una herramienta de resistencia”, narra José Carvajal. Carvajal es la única persona, junto a su esposa, la escritora Dalia Nieves Albert, que ha logrado el montaje de una Feria Internacional del Libro (FIL) en la década del 90 en Puerto Rico. El proyecto sufrió de mil conflictos internos y externos que terminaron por destruir la iniciativa. Tanto Carvajal como su esposa fueron fichados e interrogados por el FBI. “Nos preguntaron por qué incluimos literatura cubana, por qué incluimos libros de política… Ahí se ve cuánto la cultura y la lectura son actos de resistencia en Puerto Rico”.
Una industria sin espina dorsal
“Puerto Rico no tiene la infraestructura necesaria para sostener una industria del libro formal, y mucho menos para la exportación de nuestra literatura. Un ejemplo de nuestra invisibilidad es que Puerto Rico no pertenece a la importante Cerlalc (Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe), un organismo que cuenta con 21 países miembros de toda Latinoamérica. No tenemos acceso a sus estudios, programas para el fomento de la producción y circulación del libro, la promoción de la lectura, la formación de los elementos de la cadena del libro y el estímulo y protección de la creación intelectual”, explica Luz Nereida Lebrón, profesora universitaria, escritora, editora y líder comunitaria.
Esta invisibilidad de la literatura puertorriqueña en la arena de juego internacional comienza por la misma casa. “Aquí hay tres millones de puertorriqueños, y en la diáspora hay casi seis millones. Esto nos dice que Puerto Rico debería estar publicando su literatura simultáneamente en español e inglés para ampliar el alcance dentro de su público inmediato, especialmente aquel al que lo mueve la nostalgia, como la diáspora”, apunta el autor y profesor Emilio del Carril.
Aunque para del Carril, la ruta que ha llevado a esta vital industria a caer en un estado de precariedad es multifactorial, el profesor percibe un punto de inflexión en la merma del rol que una vez jugó la Editorial de la UPR en el ecosistema literario local. La editorial llega este año a su 76 aniversario con un nuevo director, Edder González, que enfrenta una fuerza laboral mermada como resultado de sucesivas reducciones de presupuesto, y la congelación de puestos en todos los departamentos. (Para esta investigación, solicitamos una entrevista con González en múltiples ocasiones, pero no estuvo disponible para hablar de sus planes prospectivos para la editorial).
El profesor y autor Emilio del Carril.
“Hubo un antes y un después de esa editorial. Las publicaciones que establecieron el canon de la literatura puertorriqueña que salieron de la universidad, y de editoriales como Huracán y Edil, poblaron nuestras escuelas de Julia de Burgos, de Enrique Laguerre, de Manuel Zeno Gandía. Pero la Editorial de la UPR se distanció de esa tendencia, y ahora vive del aroma de lo que fue,” explica del Carril.
Para Carlos Roberto Gómez Beras, dueño de la editorial Isla Negra, el reto de potenciar una verdadera industria del libro, capaz de exportar la literatura puertorriqueña, comienza al nivel más básico. “La literatura se expande primero de adentro y luego hacia afuera. En República Dominicana, por ejemplo, hay un Ministerio del Libro y la Lectura que se encarga de realizar ferias regionales promoviendo la literatura por todo el país, no solo en las grandes ciudades. En Puerto Rico no existen ni siquiera medios de comunicación dedicados a la literatura, y es muy cuesta arriba anunciar masivamente que un libro en particular existe. No tenemos una FIL, no tenemos un catálogo de editoriales, ni censos de esta industria. Las imprentas y el papel escasean localmente, lo que promueve el uso de imprentas fuera de Puerto Rico, que ofrecen costos mucho más bajos”, explica Gómez Berea, quien lleva treinta años publicando títulos bajo el sello de Isla Negra.
Paco Parés, distribuidor de libros con más de 40 años de experiencia, ha vivido cada capítulo del desinterés que ha sufrido la industria hasta llegar a su crisis actual. “He pasado por todos los escalones de esta industria y he visto cada barbaridad. En un momento, mi empresa fue la principal proveedora local de libros del desaparecido Borders. Los tres establecimientos de Borders mataron a muchas librerías en Puerto Rico, y concentraron la lectura en los centros comerciales. Controlaban un 90 por ciento del mercado, así que cuando se fueron, ese “modelo” se vino al piso. Luego de los golpes del huracán María y de la pandemia, vemos que están surgiendo nuevas librerías y otras tendencias, como muchas plataformas para la venta de libros en línea”.
La Ley del Libro como base
Carlos Roberto Gómez Beras asegura que no todo está perdido: en el archipiélago ya existe una Ley del Libro que puede ser la base para construir una industria verdadera, con los elementos que requiere. “Nunca ha habido tanta efervescencia en Puerto Rico con la producción literaria, y esto se debe al fenómeno de la auto publicación. Es por eso por lo que tanto el ICP como la Editorial de la UPR deben dar un giro hacia enfocar en las necesidades actuales de los escritores y editoriales. Para esto es necesario apoyar a las imprentas, revitalizar las bibliotecas y hacerlas lugares de encuentro para muchos usos, entre otras medidas”, añade Gómez Beras.
Lebrón, una estudiosa de las tendencias y estrategias que impulsan la literatura y la lectura en otras partes del mundo, coincide, y trae como ejemplo al gobierno finlandés. La Ley de Bibliotecas de Finlandia hace que todos los servicios bibliotecarios sean gratuitos, y promueve la igualdad de acceso a la cultura y el aprendizaje como base de la misma democracia. Como resultado, el país fue clasificado como la nación más alfabetizada del mundo en 2016. El ejemplo que trae Lebrón ilustra la inhabilidad de los gobiernos de Puerto Rico de entender a la literatura y la cultura como grandes generadores de riquezas, en vez de gestiones sociales condenadas a vivir de dádivas. En el caso mismo que trae la profesora Lebrón, el gobierno finlandés construyó una nueva biblioteca central en Helsinki en 2018. En su primer año, la biblioteca Oodi recibió un total de tres millones de visitas, y el número total de visitas a las bibliotecas de Helsinki aumentó un 40 por ciento respecto al año anterior. Es, además, una obra arquitectónica que atrae visitantes a la capital, y una parada turística obligada en la ciudad. Un ejemplo más cercano, es cómo Colombia utiliza la literatura y la cultura como motores de concurridas ferias internacionales y disfruta de una vigorosa industria del libro, no solo nacional, sino de servicios de edición e impresión. Pero estos ejemplos de éxito que se documentan en el exterior requieren de voluntad política, visión y dinero. Puerto Rico, con los recortes millonarios al sector de la cultura que ha ejecutado la Junta de Supervisión Fiscal, enfrenta un panorama particularmente delicado. El mismo director del ICP, Carlos Ruiz Cortés, ha dicho públicamente: “El efecto de la Junta de Supervisión Fiscal para el Instituto de Cultura Puertorriqueña ha sido abismal y ha sido irrespetuoso, porque no entienden el valor de las instituciones culturales para el beneficio social, económico y educativo del pueblo de Puerto Rico”. En los últimos cinco años Ruiz Cortés ha visto una reducción millonaria en el presupuesto de la agencia que este año recibirá 14.8 millones de los cuales tiene que transferir 3.5 millones a ocho instituciones del país, incluyendo museos, la Orquesta Filarmónica de Puerto Rico, entre otros.
“Pero la culpa no es solo de los gobiernos. Nosotros, como pueblo, tenemos que aprender a exigir. Las verdaderas democracias no se construyen cada cuatro años. Sin una cultura de lectura en nuestro pueblo, nos convertimos en una sociedad modelable, manipulable”, señala Lebrón quien coincide en esta apreciación con González.
Por su parte, la promotora cultural Caridad Sorondo, quien ha visitado y llevado a autores locales a innumerables ferias y eventos internacionales, ha visto y experimentado cómo la pobre proyección de Puerto Rico en comparación con otros países (y las mismas islas del Caribe) afecta su credibilidad como centro de producción literaria. “Puerto Rico no tiene representatividad. En las ferias internacionales tiene una presencia muy incompleta. No hay misión ni visión de los activos que se pueden impactar con la industria del libro”, apunta. Caridad Sorondo. Suministrada.Como un ejemplo de esa falta de visión, de muchos que narró Sorondo, está el Primer congreso de lengua, literatura y educación dedicado a Enrique Laguerre y al centenario de Pablo Neruda, que produjo en el 2004. Ese evento, que duró varios días, reunió a maestros de español, estudiantes, artistas como Antonio Martorell, poesía, conferencias magistrales de invitados internacionales, y todo un programa de inmersión en la literatura y el arte. “Se hizo solo una vez. Aquí no hay continuidad de proyectos. Ese congreso fue un éxito y caló hondo en los maestros sobre lo que debe ser el desarrollo literario y las herramientas que podemos usar para la comprensión de la lectura, sin lo cual no puede haber desarrollo del pensamiento crítico”.
Sorondo también lamenta la situación de los autores locales. “El mundo de los autores locales es uno abandonado. En Puerto Rico no hay agentes literarios, y no se atiende el complejo tema de los derechos de autor. Nuestros escritores no cuentan con apoyo alguno. Este desamparo incluye a todos los componentes de la industria literaria. (En Puerto Rico) no comprenden que la palabra es fundamental para entender el mundo y poder articular lo que pensamos”.
Sorondo, quien también ha desarrollado proyectos dirigidos a revitalizar las bibliotecas, subraya que el abandono y cierre sistemático de nuestras bibliotecas (mientras en el mundo cobran auge) deja escapar la posibilidad de todo el crecimiento y la comunidad nace en estos espacios. “Vamos en retroceso. Las novedosas bibliotecas rodantes que vemos ahora, las teníamos en Puerto Rico desde la década de los 30. En 1948, el Plan Morovis se ocupó de llevar educación a los pueblos del interior. Más recientemente, en 1998, la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara se le dedicó a Puerto Rico con la presencia de Luis Rafael Sánchez, Rosario Ferré, Juan Antonio Ramos y Olga Nolla entre otros. Allí hubo representación de artes plásticas, música y hasta cine. En nuestra historia ha habido momentos de gran auge educativo y literario. Todo eso se ha perdido”.
Pendientes pronto para la segunda parte de este artículo: El auge de la autopublicación.
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